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Dos adolescentes subiendo la calle Cuatro Esquinas.
Cuando los niños no tenían siesta y la calle era el lugar de encuentro
GUAREÑA EN EL RECUERDO

Cuando los niños no tenían siesta y la calle era el lugar de encuentro

Dada las vacaciones ¡tomaban la calle! y era el mejor lugar de encuentro entre amigos donde transcurrían los mejores momentos para jugar.

PEDRO FERNÁNDEZ LOZANO

Lunes, 26 de junio 2017, 19:39

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De una imagen surge la noticia de Guareña en el recuerdo. Esta que ilustramos corresponde al año 1962, cuando Fernando Fernández hizo la fotografía a sus amigos de la infancia y de siempre con una Kodak Retinetti II, subiendo la rampa de Cuatro Esquinas que conduce a Santa María. Imagen que nos lleva a tiempos pretéritos cuando los niños y adolescentes de los años 60 y 70 no tenían siesta, y la calle se convertía siempre en lugar de encuentro.

Y solía suceder que en cuanto se dadan las vacaciones en la escuela estos adolescentes, literalmente ¡tomaban la calle!, siendo el mejor lugar de encuentro entre amigos donde transcurría los mejores momentos para el juego. Nadie se aburría, ya fuera niño o niña. La calle era la vía de escape para no estar en casa y no aburrirse.

La calle era el lugar perfecto para el juego, se discutía, se hacían las paces, se afrontaban retos era el espacio de libertad donde los niños podían juguetear, recrear juegos desde sus propias construcciones, se desarrollaban conocimientos y destrezas. Jugaban a todas horas, desde la mañana, la siesta, la tarde, y la noche.

Coger la bicicleta y recorrer las calles de Guareña era todo un entretenimiento, fuese la hora que fuese. Se hace anecdótico hoy jugar por la siesta, pero es que en aquellos años echar batallas en los doblaos, cazar calenturones en las fuentes graníticas donde acudían las libélulas a beber, irse al arroyo Guareña a saltar en pértiga con una caña, jugar en el legío, etc., era toda una cita ineludible.

Ya por la tarde, cuando las calles no estaban tan caldeadas, se solía callejear hacia el extrarradio de la población con destino al parque San Ginés, la zona fresca del pueblo, no sin antes entrar y dotarse de chucherías en Inocente que, con una o dos pesetas, podía comprarse pipas Calcerrada, o chicles bazooka, o regalíz y poco más. Llegar al parque pasear, jugar al escondite, correr y correr y venir con heridas por caídas y roces de los verdes del parque. Las heridas eran condecoraciones del juego que ensañaban a perder el miedo, a sortear conflictos o a comprobar que esos rasguños no son el fin del mundo.

Se llegaba a la calle con mucha vida vecinal donde las madres esperaban al fresco gallego en la puerta de casa. Se cenaba rápido y vuelta a la calle a jugar dependiendo del sexo. Las niñas, a la comba, la goma, hacer dulces con barro, al corro de la patata y los niños, jugaban al burro, al escondite, al cinturón corrido, mosca arriba mosca abajo, a los cromos Y cuando cansados los más pequeños, éstos escuchaban a los mayores historias inventadas que la imaginación hacía volar historias de príncipes, dragones, y alguna batallita de enamoramientos cuando los adolescentes se abrían a la vida. Eran los años felices de los veranos en la calle.

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