Clemente Lozano. Pedro Fernández
GENTE CERCANA

Clemente Lozano el rapsoda autodidacta que le apasiona el castúo

Declama versos de Luis Chamizo de memoria. Lo aprendió de una primera edición que tenía su tía Natividad y tanto lo releyó que ya no se le olvida. En alusión al castúos no quiere que se pierda «lo nuestro»

Domingo, 22 de agosto 2021, 13:55

Tras la inauguración de la exposición de El miajón de los castúos en la biblioteca municipal, se descubre a un hombre ya entrado en años, que se conserva bien y que le apasiona declamar versos en castúo de Luis Chamizo. Se trata del vecino Clemente Lozano Sosa, de 77 años (Guareña, 1 de marzo de 1944). Nació en la calle Derecha. Su padre, Víctor Lozano Granero, agricultor unas veces y obrero otras, por cuenta propia y ajena, dependiendo de las tareas y la situación familiar. Su madre, María Lorenza Sosa Romero, dedicada a las labores propias del hogar y a la crianza de los hijos.

Clemente fue el primero de cuatro hermanos, Antonio (fallecido), Natividad y Cati. Hace 60 años nuestro protagonista recuerda a una tía suya, Natividad, «yo tendría entonces 16 o 17 años, vivía con ella hasta que se casó«; dice que tenía un libro con unas páginas de color marrón, »era un libro muy viejo, cosido a mano, venían muchas poesías en castúo«. El libro no era otro que El miajón de los castúos y muy posiblemente se tratara de una primera edición de 1921. Recuerda que lo leía muy a menudo. Le gustaba. «Yo le daba un repaso y otro, y así hasta que se me venía al coco. Reconoce que no se acuerda de lo que »merendaba al mediodía«, pero de las poesías de Chamizo se las aprendía de memoria. Hasta hoy. Fue un autodidacta de la declamación.

Fue a la escuela de María Antonia en calle Medellín. A las escuelas de San Ginés y a casa de Isidoro Gallardo Mendo, en calle San Gregorio, «era un buen maestro, tenía título pero no ejercía; yo iba por la noche», y a los 14 años lo dejó. Ser el hermano mayor no le quedó más remedio que ponerse a trabajar en el campo. Por el invierno, las aceitunas, «entonces se tiraban al suelo con una caña y después las cogíamos con las manos», y por el verano, la uva, «yo llevaba un burro y acarreaba la uva en unos canastos que iban en unas parigüelas». Las parihuelas es un armazón de madera que servía para transportar, en este caso, la uva, formado por dos barras horizontales entre las que está fijada una plataforma con cuatro huecos y en cada uno de ellos se colocaba un cesto cargado de racimos de uva. Al salir el sol, Clemente cogía ocho canastos, se iba a la viña, los dejaba. Y cuando estaban llenos los cuatro primeros los acarreaba a Frutos Selectos. Allí los dejaba para que las mujeres expurgaran la uva pasa del racimo y cogía otros cuatro canastos vacíos. Se dirigía a la viña y ya tenía otros cuatro cestos llenos, y así hasta acabar la tarea encomendada. La uva se comercializaba para Alemania en vagones frigoríficos.

Clemente declamando junto a la imagen de Chamizo. PF

En sus ratos de descanso en casa leía a 'Roberto Alcázar y Pedrín', 'El guerrero del antifaz', aventuras de 'El cachorro', 'Jaimito', 'Carpanta'…, los compraba en la tienda de Sigifredo Fernández. «Me reía mucho y los tebeos me servían para no tener faltas de ortografía cuando escribiera», dice. Clemente recuerda a Carpanta cuando pasaba hambre y mojaba el pan a la sombra de un chorizo, lo que le provocaba risa. Su madre le decía «vas a acabar tonto…».

Se licencia con 22 años de cabo, después de hacer la mili en las Islas de las Palomas, en Tarifa. Quiso irse a la policía, pero finalmente acabó en el campo. Con 28 años se casa con Petra Blanco Moreno y fruto de su matrimonio nacen Victoria y José Ángel. Tiene cuatro nietos, y sigue en sus ratos libres leer a Luis Chamizo y recitar de memoria sus versos. Cree que es un arte que el poeta escribiera poesía en castúo. Se ha releído El miajón de los castúos de principio a fin muchas veces. Compuerta, La nacencia, Consejos del tío Perico, La viña del tinajero… disfruta declamando y reconoce que hablando usa el castúo, «yo toavía digo, lo vide, lo truye…, es una cosa nuestra». Una prueba más de que El miajón de los castúos está más vivo que nunca, y a Clemente le parece una buena idea que se lea el castúo, «que no se pierda lo que es nuestro«.

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