

PEDRO FERNÁNDEZ LOZANO
Miércoles, 23 de noviembre 2016, 09:12
Un domingo 31 de octubre de 1948, Francisca Mancha Rebollo daba a luz a su segundo hijo en la calle Estacada, antiguo número 36, (casa de Anselmo Mancha y Paula Rebollo) y su esposo y padre del niño era Manuel Romero Loza (nieto de León Romero, el de la huerta en la carretera de Cristina), Coronel de Infantería, se dirigió al registro civil y registró a su recién chiriveje de nombre Manuel Romero Mancha, nuestro personaje del mes en esta sección de Gente Cercana.
Él es el segundo de doce hermanos: Ricardo, Manuel, Paulina, Sagrario, Teresa, Francisca, María Jesús, Daniel, Francisco Javier, Juan de la Cruz, Antonio, y Anselmo.
Los veranos de su infancia, de mayo hasta octubre, jugó mucho en la calle Estacada de Guareña, cuando no pasaban coches y la vía era de tierra, jugábamos a los bolindres, al repión, a las carreras, al clavo también en el parque chico al pilla-pilla sobre todo con mi primo Eduardo Mancha Rebollo, recuerda Manolo. Entonces la vida en el pueblo era plácida y segura, los sitios de encuentro eran, los domingos en la puerta de la iglesia de Santa María y San Gregorio; en el parque y los bares; y los días de diario en la plaza de abastos, un sitio atractivo y pintoresco, totalmente distinta a la de ahora; y en las calles, más transitadas que ahora, pasaban constantemente recuas de mulas o borricos que iban a las labores del campo; las calles olían a cereal; y en el interior de las casas se hacía la vida en el patio donde acudían las visitas, en todas había una parra y muchas macetas. Se iba mucho a los rosarios, triduos, novenas y acudía mucha gente a las procesiones y a los cursillos que daban los misioneros; también al cine de verano y al del Teatro Victoria Esperanza, cuenta Romero.
Muy pronto se fueron de Guareña y viajó mucho desde sus primeros años por la profesión del padre. De niño estudió en la escuela de la Diputación de Toledo, luego a un colegio militar en Quintana del Puente (Palencia) y en el curso de 1958 en el Seminario Carmelitano Descalzo, de Córdoba. Aquí pasó su mocedad, muy estimulado por las lecturas, la música y el fútbol, y con un gran ambiente de camaradería. Fue la etapa más instructiva de mi vida, la más rica en formación y estímulos, dice.
Manolo estudió en la Escuela de Ingenieros técnicos y en el Conservatorio de Arte Dramático. Estuvo en el TEU de Córdoba y de ahí pasó a Meritorio del Teatro Español de Madrid, donde estuvo cuatro años, viví con el grupo Bululú toda la movida teatro de los 70. Con un grupo de poetas y músicos funda el grupo La Ortiga en los 80. Fue colaborador guionista y actor en Radio Nacional. También fue responsable del Centro de Estudios en La Poesía de la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes, donde impartió talleres de versificación y composición poética; y aprovechó desde este centro ser colaborador de la SER de un programa de poesía en la radio. Así mismo tuvo un programa mensual de entrevistas a poetas en Canal Norte Televisión. Después fue fundador junto a su mujer Margarita Hierro del Centro de Poesía José Hierro, donde impartía talleres de versificación y composición poética y también tutorías.
Leyendo a San Juan de la Cruz con diez años le nace su afición a la poesía, me aprendí el Cántico Espiritual de memoria y aunque no lo entendía me hechizó la música de las liras y la batería de metáforas, aliteraciones, sinestesias que contenía esa obra; también le gustaba La Noche Oscura, pero detestaba los romances del santo que eran horribles, y los comentarios en prosa que quiere explicar lo inexplicable y a veces parece Cantinflas. Leyó mucho los sonetos de Lope de Vega, todavía puedo recordar de memoria más de 50 de los que aprendí en aquella época. Le gustaba mucho el cancionero y el romancero del Renacimiento que recopiló Dámaso Alonso. Dice que aprendió mucho de esas canciones que después, en la Generación del 27, cultivaron los neopopulares Gerardo Diego, Lorca y Alberti que tomaron las formas y los tonos de los poetas anónimos. Le interesó mucho Góngora por su faceta barroca conceptista y culterana, Fray Luis de León y sobre todo Garcilaso (el de las églogas, más que el de los sonetos). Luego pasó a los modernistas Rubén Darío, Villaespesa y Juan Ramón Jiménez, que encendieron la curiosidad para estudiar en la madurez a los hermanos Machado, Valle Inclán, la generación del 27 entera, y después César Vallejo sobre todo. Siguió a Neruda, Blas de Otero, José Hierro, Claudio Rodríguez, Luis Feria y uno muy especial que lo tengo hace mucho como libro de cabecera, un extremeño genial de Nogales, se llama José Antonio Ramírez Lozano, al que desde estas páginas del HOY Guareña llama la atención hacia los políticos de la cultura para que le propongan para el premio Princesa de Asturias de las Letras, por la intensidad de su obra poética, por la originalidad de su narrativa y por la extensión de su trabajo. También le interesa poetas de primer orden como las canarias Tina Suárez y Elsa López, las gallegas Luz Pichel, Chus Pato, Luisa Castro, María do Cebreiro, la extremeña Ada Salas, y sobre todo la madrileña Julieta Valero. Yo admiro a muchos poetas más, ellos son mi nutriente básico para irle dando sentido a la vida, culmina su relación de admiradores poetas.
Premios
Tiene muchos premios. El Tiflos de poesía de la Fundación ONCE por Música de sombras; el Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver de la diputación de Murcia y la Universidad de Cartagena por Cancionero de las horas; el Premio Nacional de poesía Rafael Morales en Talavera de la Reina, por Algo más que ser; y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de l Roda, por el poema Mudanza del libro Paso a dos.
La poesía genera en Manolo Romero mucha satisfacción, es casi una religión laica donde se ejercita la meditación, la introspección, el autoconocimiento; es un lugar de encuentro con personas singulares por su sensibilidad e imaginación y una escuela de conducta para ser generoso con la sociedad, define el gusto por la poesía. Y cree que surge en la persona por la necesidad de comunicarse con otras propuestas que no sean las que indica la oficialidad del consumo, de las clases sociales, del poder y sus mangantes, está más cerca de Confucio, Buda, Cristo, que del Papa y los gobernantes; más de Diógenes de Sínope que de Amancio Ortega.
Además de la poesía, Manolo se ha divertido mucho a lo largo de sus 68 años, le gusta beber vinos, comer en encuentros con su familia, contemplar y escuchar a los artistas, pintores, músicos, actores y admirar a los científicos que tienen las riendas del progreso por sus logros, médicos, físicos, arquitectos y a los filántropos como Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta
Llegó a donar al Centro de Poesía de Getafe y de la Comunidad de Madrid toda su biblioteca, casi 10.000 ejemplares, algunos de muchísimo valor, los donamos mi mujer y yo; y también manuscritos y cuadros, con lo que apenas tiene ahora en su casa. En su mesilla de noche, los epistolarios de Lope y la obra casi completa del extremeño Ramírez Lozano. En 2004 enviuda de Margarita Hierro, esposa profesora y editora, la persona más compasiva e inteligente que he conocido. Su mujer fue la fundadora y primera directora del Centro de Poesía José Hierro de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Getafe. Manolo disfruta de sus dos hijas, Paula y Tacha, que están pendiente de mí, y de sus seis nietos que le dan la alegría continua cada día que pasa.
Actualmente ha terminado un libro que ya está en imprenta, Guareña siempre, ilustrado por su primo Damián Retamar, autor del mural Guareña, tierra de castúos que cuelga en el auditorio del Centro Cultural de la localidad. Se presentará este ejemplar en Guareña el 21 de marzo de 2017, coincidiendo con el Día Mundial de la Poesía. También trabaja con Bestiario de Guareña al que seguirá Botania de Guareña y así completar esta trilogía sostenida por la educación sentimental, ilustrada también por Retamar.
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