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Juan Ángel Ruiz Rodríguez, Cronista Oficial de Guareña. José Luis Guisado
La Historia en tiempos de pandemia
HISTORIA

La Historia en tiempos de pandemia

El Cronista Oficial de Guareña, Juan Ángel Ruiz Rodríguez, en su primer trabajo como cronista del pueblo, recuerda un estudio que realizó hace bastantes años sobre las epidemias de cólera que, en diferentes oleadas a lo largo del siglo XIX, asolaron pueblos extremeños, pero centra su estudio en la ciudad de Don Benito donde reside.

Jueves, 19 de marzo 2020, 12:32

«En el momento en que escribo estas líneas son ya más de medio millar las personas que han fallecido en España a causa del coronavirus, concretamente 558 óbitos, mientras que hay 13.176 casos confirmados y, supongo, miles sin diagnosticar», datos que daba en el momento de escribir este trabajo que presentamos en HOY Guareña. En estos momentos de publicar su trabajo los contagiados son 14.769, los recuperados 1.081, y fallecidos 638, según datos ofrecidos por los medios informativos de última hora. Quizás hasta no reflejen la realidad estos números.

Así comienza el Cronista Oficial de Guareña, Juan Ángel Ruiz Rodríguez, un trabajo sobre las pandemias de cólera que asoló Extremadura a lo largo del siglo XIX. Señala Ruiz que el temor de las autoridades de hoy a que el virus se expanda, colapsando el sistema sanitario, ha hecho que el Gobierno decrete el estado de alarma en todo el país. Ello ha traído, dice, entre otras consecuencias, la cuarentena de todos los ciudadanos, debiendo permanecer, salvo casos excepcionales, confinados en sus casas, al menos, en las próximas semanas.

Aprovechando este tiempo de reclusión domiciliaria, el Cronista ha recurrido a la lectura como la mejor herramienta para mantener la mente un poco aislada de tanta información y bulos sobre el dichoso virus. En su caso son los libros de Historia «los que me proporcionan ese desahogo tan necesario en medio de la preocupación que nos invade».

Y aprovechando este tiempo en su casa con el que no contaba, ha ordenado y revisado muchos papeles que acumula en su despacho. Entre ellos, «me topé esta mañana con un estudio que realicé hace bastantes años sobre las epidemias de cólera», explica para HOY Guareña. Su lectura le ha servido tanto para actualizar sus conocimientos como para tomar conciencia de los grandes sufrimientos vividos por anteriores generaciones «que no disponían, como nosotros, de medios sanitarios ni conocimientos científicos», dice. Al no contar todavía con una vacuna contra el covid-19, aconseja Ruiz Rodríguez, que es necesario que todo el mundo nos quedemos en casa, siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias, «y dejemos de trabajar a los que, más pronto que tarde, nos devolverán esa normalidad que ahora tanto valoramos».

Y con ánimo de colaborar en esta distracción que tanto necesitamos, ha pensado que podía ser interesante recoger en un breve artículo algunas referencias de esas epidemias de cólera que, en diferentes oleadas a lo largo del siglo XIX, asolaron a Extremadura. Para ello, ha seleccionado la última que afectó a la región y que tuvo a la población de Don Benito, donde reside, como principal protagonista.

Explica que en Extremadura hubo epidemias coléricas en 1833, 1853-1856, 1865 y 1885. «Hoy sabemos que el cólera se transmitía por alimentos y agua contaminados y que llegó a Europa en torno a 1820 procedente de la India, de ahí su denominación de cólera morbo asiático. Pero hasta que en 1883 se descubrió la bacteria causante del cólera, las hipótesis acerca de las causas de la epidemia carecían de base sólida. Lo que sí se sabía, dice, era que en su propagación influían, entre otras causas, la insuficiente alimentación y la ausencia de higiene, tanto pública como privada, de ahí que la epidemia colérica afectara más a personas de estratos sociales más deprimidos».

Se trataba de una enfermedad infectocontagiosa aguda, de rápida evolución, producida por una bacteria (Vibrio cholerae), «que se manifestaba en forma de diarrea intensa y vómitos, de tal forma que en pocos días podía provocar la muerte de las personas invadidas«.

Prosigue su trabajo explicando que el primer brote de cólera morbo que se conoce en España se produjo en 1833 «y parece ser que procedió de Portugal, por lo que terminó afectando en mayor medida a algunas localidades cercanas a la frontera portuguesa, como sucedió a la ciudad de Badajoz, en la que se registraron 1.302 defunciones en tan solo los meses de septiembre y octubre«. Pero también afectó la epidemia, explica Ruiz, a algunas localidades del interior de la provincia tal y como sucedió en Villanueva de la Serena (699 fallecidos), Almendralejo (212) o Villafranca de los Barros (205).

El segundo brote epidémico tuvo lugar en la década de los años cincuenta, concretamente entre 1854 y 1856. «Como no se sabían las causas de la infección, las autoridades prohibieron la aglomeración de personas, suspendiendo las ferias, al tiempo que solicitaban de la población que extremaran las medidas higiénicas y el contacto con los infectados. A pesar de las medidas tomadas, la epidemia terminó llegando a la geografía extremeña pues, según informe del propio gobernador de la provincia de Badajoz, 70 pueblos habían sido invadidos por la enfermedad y 20.301 personas habían sido atacadas por la epidemia, de las cuales fallecieron 6.573», revela Juan Ángel. De igual forma declara que las cifras hablan por sí solas de la importancia y del nivel de mortalidad de la epidemia. En algunos pueblos, como Don Benito, los efectos de la epidemia fueron importantes, «pues la enfermedad se cobró la vida de 233 personas entre los meses de septiembre y noviembre de 1856». Detalla que afectó algo más a las mujeres y, especialmente, al tramo de edad comprendido entre los 40 y 60 años, al tiempo que la mortalidad infantil también fue significativa.

Prosigue el Cronista argumentando que una nueva invasión colérica tuvo lugar en Extremadura en el año 1885. En esta ocasión la epidemia procedía de la zona levantina, dice. «El miedo al contagio era general en toda la provincia de Badajoz y ya a primeros del mes de julio comenzaban a aparecer en la prensa algunas noticias referentes a la epidemia. Los rumores fueron en aumento, sobre todo, desde que se conoció el posible primer caso en el pueblo de Oliva de Mérida». En el verano de 1885 la epidemia de cólera terminó invadiendo Extremadura y, aunque no fue una zona especialmente afectada a nivel nacional, señala que se registraron 615 defunciones, de ellas 558 en la provincia de Badajoz y 57 en la de Cáceres. Lo más llamativo expone este Doctor en Historia, era que el 87,3% de los fallecidos en la región extremeña correspondían a vecinos de la ciudad de Don Benito, donde se registraron 537 defunciones.

En esta ciudad apareció el primer caso mortal a causa del cólera el día 11 de julio y, a partir de ahí, las cifras de víctimas mortales se dispararán produciendo una alarma general, «no sólo entre los habitantes de esta ciudad, sino de toda la provincia»; con lo que fue una alarma más que justificada «puesto que, cuando sólo habían transcurrido diez días desde el comienzo de la epidemia, el número de víctimas mortales ascendía ya a 138», puntualiza. En el mes de julio se registraron 427 defunciones, 107 en agosto y 3 en septiembre. En resumen, señala que desde el 11 de julio hasta el 9 de septiembre de 1885 cerca de un millar de personas se vieron afectadas por la enfermedad y de ellas fallecieron 537.

En cuanto a la evolución diaria de la enfermedad concreta el Cronista de Guareña que los días en que se produjeron un mayor número de defunciones fueron los comprendidos entre el 18 y el 31 de julio, destacando de manera especial los días 23, 24, 25 y 26 de julio en el que fallecieron, ¡sólo en estos cuatro días 148 personas! La incidencia de la enfermedad en este mes de julio fue tal «que se hizo necesaria la construcción de un nuevo cementerio en la localidad».

Gráfico 1. Evolución diaria de la mortalidad por el cólera de 1885 en Don Benito. Juan Ángel Ruiz

Manifiesta Juan Ángel Ruiz que ante la gravedad del problema, desde el Gobierno Civil se envió una circular a todos los alcaldes de la provincia en la que se les comunicaba la suspensión de las clases como medida para evitar la propagación de la epidemia, al tiempo que pedían a la población que extremaran las medidas de higiene. Unos días más tarde, la Junta Provincial de Sanidad publicaba una nueva circular dirigida a todos los Ayuntamientos en la que daba una serie de recomendaciones preventivas para evitar el contagio, y en dicha circular, el propio gobernador civil reconocía que el medio de propagación procedía de las ropas contaminadas y que, por ello, recomendaba «hervir todas las ropas antes de lavarlas, así como no beber agua de los ríos» que, al parecer, estaban contaminados. La Comisión facultativa de la Junta provincial de Sanidad aconseja a las Juntas locales que, «todas las ropas sucias, antes de lavarlas deben ser hervidas, teniendo para el efecto grandes calderas y depósitos de leñas que facilitarán los Ayuntamientos a las clases menesterosas, sin perder de vista que las personas que tengan posibilidad están obligadas a hacerlo a sus expensas durante la permanencia del cólera en esta provincia«. De igual forma se instruían a los pueblos, haciéndoles entender que los ríos que surcan el término municipal estaban infectados, y por esa razón los molineros que mojan el trigo y demás granos antes de molerlos, se les prohibiría el que los mojen con agua de los ríos, a no ser que hiervan antes esta; del mismo modo »los cazadores no beberán agua de los ríos ni los ganaderos; los enriadores de cáñamo y lino cuidarán de no entrar en el agua a hacer esta operación, ni mucho menos beberlas; lo mismo se aconseja a las lavanderas y bañantes; se abstendrán todos de ponerse en contacto con las aguas del Guadiana y sus afluentes...«.

Según todas las opiniones, tanto de los profesionales sanitarios como de los miembros de la Junta local de Sanidad, parece ser que el contagio masivo producido en Don Benito en 1885 «pudo proceder de algún comerciante que, procedente de Levante, lavó sus ropas infectadas en el río Ruecas, lugar muy frecuentado por las mujeres para lavar la ropa«, nos cuenta Ruiz Rodríguez.

La incidencia de la mortalidad causada por este brote epidémico se centró en la población más vulnerable, como niños y ancianos, aunque afectó prácticamente a todos los sectores sociales y a todas las edades. Destaca nuestro Cronista sobre la importancia cuantitativa de la mortalidad infantil, sobre todo entre los niños menores de tres años, que alcanzó la cifra de 104 muertes. También la población adolescente fue muy afectada por la epidemia, de tal manera que el tramo de edad comprendido entre los 0 y 15 años fue el más afectado de todos, dice. En cuanto a la mortalidad por sexos «se repetía, como en 1856, la mayor incidencia en el sexo femenino y en el tramo de edad comprendido entre los 20 y los 40 años».

Fallecimientos por tramos de edad en la epidemia de cólera de 1885 en Don Benito. Juan Ángel Ruiz.

Cuenta Juan Ángel que el número de personas invadidas por la epidemia ascendió a 912. Más de medio centenar de ellas precisaron asistencia médica en sus propios domicilios, con lo que el trabajo de los médicos «fue digno de destacar». Durante el tiempo que duró la epidemia se repartieron 20.474 panes entre los vecinos más necesitados, mientras que los gastos ascendieron a 38.423 pesetas. Con esta cantidad económica, dice que se atendió al pago de médicos y auxiliares, medicamentos, desinfectantes, mantenimiento del hospital, construcción de barracas, alimentos, conducción de cadáveres y jornales, entre otros conceptos.

Buena parte de los ingresos, aparte de los recursos aportados por el Ayuntamiento, procedieron de los donativos y anticipos realizados por los vecinos. Otros aportaron su trabajo para combatir la epidemia: miembros de la Guardia Civil y de la Guardia municipal, así como serenos, alguaciles, empleados del propio Ayuntamiento, vigilantes, notarios, religiosos, sanitarios, etc. Pero, seguramente, señala nuestro Cronista, que haya que destacar la arriesgada labor que llevaron a cabo los ocho médicos que ejercieron su profesión en Don Benito durante la invasión de cólera. Por tal motivo, dice, el Ayuntamiento de Don Benito, como muestra de agradecimiento, acordó concederles una gratificación económica.

En definitiva, reconocimientos que, como hoy, son más que necesarios. «Todos somos conscientes de la importancia de los servicios sanitarios y de sus profesionales, para los que también hoy se están reclamando algunas mejoras. Como también debemos valorar a todos aquellos profesionales que, desde diferentes ámbitos y esferas de la sociedad y de la economía, arriesgan su salud por nosotros. Lo único que nos queda, además de darles las gracias cada día, es cumplir con nuestra misión en esta epidemia: ¡quedarnos en casa!«, aconseja el Cronista Oficial de Guareña. Luego, cuando todo esto pase, dice, «este humilde cronista recogerá estos momentos para conocimiento de las futuras generaciones porque, aunque nos lo parezca, no fue un sueño». Concluye Juan Ángel Ruiz deseando salud y dando ánimos a todos los vecinos guareñenses, «¡Saldremos de esta!».

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