El pasado jueves 25 de marzo, tuvo lugar la inauguración de El Molino Rojo, así es conocido en la rumorología popular, con presencia del alcalde de Guareña, Abel González, y ocho concejales de la corporación municipal, representando a sus formaciones políticas en el Ayuntamiento (PSOE, PP y UPG). El cronista oficial de Guareña, Juan Ángel Ruiz, fue el encargado de destapar la leyenda explicativa sobre El Molino de la Humanitaria e informó de la historia de aquella almazara de aceite que funcionó a partir de 1934. Con lo que quedó inaugurado este espacio entre la Avenida de la Constitución y la carretera de Oliva de Mérida. Una idea que partió de Izquierda Unida, concretamente del entonces edil Pedro José Pascual hace unos años, quien presentó la propuesta de recuperar una parte de la historia de esta localidad, y ahora el gobierno socialista lo recupera.
Acto sencillo organizado por el Ayuntamiento de Guareña y emotivo al mismo tiempo por tres razones que explicó el cronista Juan Ángel. En primer lugar, por lo que significa para la recuperación del patrimonio histórico local. Cree que es un acierto que el Ayuntamiento haya mostrado «gran sensibilidad hacia este tipo de restos y su puesta en valor como centro de interpretación», dijo.
En segundo lugar, porque los restos de este edificio que, en su día, fue un molino aceitero gestionado de forma cooperativa por una sociedad obrera, a partir del otoño de 1934, «supuso una mejora para muchos vecinos en un contexto socioeconómico desfavorable». Señaló que la proclamación de la Segunda República trajo «aires de esperanza para muchos pequeños campesinos, braceros y yunteros extremeños que, angustiados por un fuerte desempleo estacional (paro forzoso, lo llamaban), bajos salarios y pocas tierras para trabajar, pusieron muchas ilusiones en la transformación que el nuevo régimen prometía».
También explicó que en la década de los años treinta del siglo pasado Extremadura se caracterizaba por la existencia de «una estructura agraria muy desequilibrada caracterizada, dijo, por la presencia de grandes fincas propiedad de poderosos terratenientes». El término de Guareña, con una superficie de 22.278 hectáreas, «albergaba una gran mayoría de vecinos pertenecientes al colectivo de jornaleros y braceros; otros muchos eran pequeños propietarios agrícolas, mientras que un reducido número de propietarios poseían la mayor parte del término municipal». Durante los años de la Segunda República, concretó Juan Ángel, Guareña contaba en torno a los 9.000 habitantes, de los que 2.096 eran propietarios rústicos. De ellos, el 92% eran pequeños propietarios que solo poseían el 23% de la riqueza imponible, mientras que medio centenar de propietarios reunían en sus manos más del 60% de la riqueza. «Esto nos permite hablar, por tanto, de la existencia de latifundio como paisaje característico y de una extraordinaria concentración de la propiedad de la tierra», dijo el cronista a las 24 personas asistentes al acto.
Precisamente, señaló que Francisco Dorado López de Zárate, marqués de Villanueva de la Sagras, era el mayor contribuyente de rústica con domicilio en Guareña. Una hija, Carmen Dorado, casó con Ricardo Gasset, quien parece ser que fue el que vendió a la sociedad obrera La Humanitaria este molino en 1932.
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Abundó en que los grandes terratenientes se organizaron social y políticamente, no sólo para defender sus intereses patrimoniales sino como «medio de obstaculizar la labor reformadora de la República». En muchas localidades los propietarios «se negaron a entregar tierras a los arrendatarios y en no pocos momentos incumplieron las bases de trabajo aprobadas». Ello provocó, dijo, un incremento notable de la conflictividad a lo largo de toda la región, con un aumento en el número de huelgas, ataques a los derechos de propiedad, invasiones de fincas y, en última instancia, choques con la Guardia Civil. Claro ejemplo de este tipo de conflictividad social «la tenemos en Guareña con motivo de la huelga general de 5 de junio de 1934, cuando varias decenas de vecinos de la localidad fueran detenidos y, en algunos casos, terminaron ingresando en los penales de Ocaña y Burgos».
Apuntó que la crisis social y económica se agravó en el invierno de 1935-36 por la falta de tierras para labrar en un contexto meteorológico caracterizado por un largo temporal de lluvias que «provocó una reducción notable de los jornales». Esta circunstancia coincidió con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y la puesta en marcha de «ocupaciones temporales de fincas y asentamientos de campesinos por parte del Gobierno a través del llamado Decreto de Yunteros».
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Y en tercer lugar, Juan Ángel Ruiz, precisó que la fecha elegida para su inauguración no es casual. «Tal día como hoy, 25 de marzo, pero de 1936, tuvo lugar un hecho histórico que no hay que olvidar por la importancia, al menos simbólica, que tuvo. Ese día, de madrugada, tuvo lugar la revuelta campesina que se tradujo en la invasión de miles de fincas por toda Extremadura«.
El estallido de la guerra civil «acabó con el proceso reformista de la República, al tiempo que puso fin al programa de asentamientos de campesinos y, supone, que también se vería afectada la actividad del molino de La Humanitaria«. Lo que vino después ya es otra historia.
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Un acto que duró poco tiempo (unos cinco minutos, aproximadamente) y se echó de menos alguna que otra intervención por parte del Ayuntamiento de Guareña. Sólo habló el cronista Juan Ángel Ruiz, de forma breve, precisa, puntual, y certera como acostumbra a informar en sus apuntes históricos sobre la Villa de Guareña.
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