Pedro Fernández
Lunes, 14 de diciembre 2015, 17:40
Cierto día calmado del mes de febrero, el pueblo acababa de estrenar nuevo año. Era 1960. Los guareñenses comenzaban una nueva jornada y cada uno tomaba el rumbo que el destino le marcaba. La gente del campo se iba a su faena que el tiempo marcaba el corte del olivo y poda en viñedos, los carpinteros tenían tareas habituales bajo techo, los operarios de la construcción también, aunque algunos trabajaban a cielo raso Una cuadrilla de cuatro albañiles se dirigen al tajo que estaba al lado del ritmo industrial de Parejo, pegado al otro lado de la carretera que lleva a Oliva de Mérida. Se estaba construyendo el silo.
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Nadie en Guareña podía imaginar que sucediera un accidente laboral de gran repercusión social. Se oyó en todo el pueblo. Era un 12 de febrero de 1960. Llegaron como cada mañana a su trabajo Juan Lozano Trigueros, peón de 48 años, vecino de Guareña; Joaquín Lama, de igual edad que el anterior, oficial forastero (trabajó en la construcción de la plaza de España, aquella de ladrillos vistos, anterior a la actual); Julio Lavado, vecino de Cristina y también oficial; y Mariano Lozano Barjola, hijo del primero, tercer oficial. Éste es quien nos cuenta la historia y los datos que se relacionan.
Se construían las celdas del silo, de 3x3 metros, hacia arriba. El medio de trabajo era mediante andamios y así se iban levantando las paredes. El andamio estaba formado por 24 tablones y unos tablones maestros. Cuando llevábamos 12 metros de altura, un tablón maestro se partió y todo el andamiaje se vino abajo y nos caímos los cuatro, cuenta Marino. El peor parado fue su padre Juan, se partió la cabeza y se le veían los sesos, siete costillas rotas y el brazo izquierdo, relata su hijo. Los otros albañiles no se hicieron tanto, Lama se dañó un pie, Lavado tuvo contusiones en brazos y piernas, y yo rotura en el pie izquierdo y un golpe en la cabeza. Aquello fue un milagro que lo contáramos, asegura Mariano.
La compañía del seguro pertenecía a Badajoz y era difícil que Juan Lozano llegara hasta la capital pacense con vida, con lo que un tío carnal de éste, Leovigildo Loza, trasladó a Juan a la Clínica San Antonio de Don Benito. Cuando llegó había perdido dos litros de sangre. Nadie daba por él, dice su hijo.
Entonces no había tanta protección en las obras como ahora, no había cinturones de seguridad, el casco tampoco, confiesa Mariano Lozano, quien comenta a HOY Guareña que su padre no volvió a trabajar más, en nada, se quedó inválido y no le pagaron nada para poder seguir criando a sus hijos, quienes le pagaron hasta jubilarse.
55 años después Mariano cree que fue un milagro que se salvaran y asegura que la tierra movida pudo ser lo que les salvara porque la tierra pudo ser lo que amortiguara nuestras caídas entre tablones y cuerpos Un milagro fue. Y también muy sonado en el pueblo y en toda la comarca. Y como Juan, aparte que era muy buen aficionado al cante flamenco, tenía dotes para componer poesías, pues su segundo apellido era Triguero, sobrino del poeta Chamizo, con lo que ya lo dice todo Compuso una poesía de 122 versos fechada el 20 de septiembre de 1960, meditando todo lo sucedido. En el silo de Guareña/ un gran chasco ha sucedido/ pues se han caído dos hombres,/ también un padre y un hijo, así comienza la historia que en versos contó Juan Lozano escrita para el recuerdo en Guareña.
Sin Juan pudieron acabar el silo hasta levantarlo 30 metros. Un edificio comenzado a principios de los 60 y finalizado en el 61 con este suceso contado por medio de Mariano Lozano.
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