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La revolución de las pequeñas cosas

La verdadera revolución no está en grandes afirmaciones, textos extraordinarios, parrafadas sublimes o acertados dictámenes sobre el mundo que nos ha tocado vivir, sino en los matices, los detalles, en el día a día, una caricia, una sonrisa, un gesto amable, tender la mano a quien lo necesita, atender más al bien ser que al bien estar

PEDRO MIGUEL LÓPEZ PÉREZ-SOCIÓLOGO

Lunes, 4 de abril 2016, 23:34

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Chacho ¡Cuánto tiempo! me espetó nada más vernos y abrazarnos. La verdad es que últimamente coincidimos poco, aunque no por ello mengua el cariño que nos tenemos. Inmediatamente me soltó sabes que te sigo y eso que te prodigas poco. Hacía mención a que desde que nos conocemos (¡ya ha llovido!) lee y comenta prácticamente todo lo que escribo, cosa que no hago tanto como debiera y no por falta de ganas, ideas o temas sobre los que escribir, sino por un cúmulo de circunstancias que hacen algo más complicado encontrar el momento adecuado para poner negro sobre blanco reflexiones, anécdotas, vivencias, etc.

Nuestra conversación continuaba por el mundo de las ideas, la denuncia de injusticias y la necesidad de construir una realidad mejor, independientemente de los postulados ideológicos de los que parta cada uno. En ello estábamos cuando mi interlocutor, con la sinceridad que le caracteriza, me suelta no sé los motivos por los que has aflojado o has decidido dar un paso atrás. No sé si es que te has vuelto más materialista y estás más pendiente de cosas mundanas que de tus ideas para rematar con un espero que no te hayas olvidado de la revolución. ¡Tocado! Tardé en reaccionar; acusé el golpe, más preocupado de no parecer abducido por el sistema que de la carga de profundidad que el comentario en sí entrañaba. A este debate asistía con interés, aunque sin intervenir, una persona que de un tiempo a esta parte está revolucionando en cierta medida la vida en nuestra localidad, el Padre Jairo. Y solamente con dirigirle una mirada encontré la solución. Recordé perfectamente algunas de las homilías que le he escuchado recientemente. Auténticos alegatos para transformar la realidad, para ser más puros, más naturales, más nosotros, para permanecer ajenos a ese control social que nos impone el miedo al qué dirán. Recordé uno de sus discursos sobre la importancia de bendecir a diario, de tener pequeños gestos que poco a poco contribuyen a nuestra transformación interior y por ende a la de cuanto nos rodea. Y creo que ahí está la clave, la verdadera revolución no está en grandes afirmaciones, textos extraordinarios, parrafadas sublimes o acertados dictámenes sobre el mundo que nos ha tocado vivir, sino en los matices, los detalles, en el día a día, una caricia, una sonrisa, un gesto amable, tender la mano a quien lo necesita, atender más al bien ser que al bien estar. En definitiva, es la revolución de las pequeñas cosas, nuestra transformación personal, la que nos permitirá avanzar en esa gran revolución de la que tan necesitados estamos la transformación social, la creación de una sociedad más justa, más humana, más respetuosa con el entorno y con quienes en él viven. Y para eso nunca es tarde, porque como decía el escritor húngaro recientemente fallecido, Irme Kertész, Premio Nobel de Literatura, en cada minuto, en cada momento de la vida, se pueden cambiar las cosas. Porque, parafraseando al admirado Eduardo Galeano Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo. ¡Vamos a ello!

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