Carmen Sánchez recientemente jubilada como profesora del IES Eugenio Frutos, de Guareña. Javier Marcos Porra
ENTREVISTA

Casi treinta años ininterrumpidos de docencia en el Eugenio Frutos

Carmen Sánchez Gallardo acaba de jubilarse el pasado 20 de enero como profesora de Lengua y Literatura en el Instituto de Guareña. Entró en el curso 1991-92 ocupando la plaza del que fuera poeta y director del centro, Ángel Campos. Ha visto cambiar la estructura física del centro y ha conocido seis leyes educativas. Ahora disfruta de su retiro andando por senderos llenos de musgo en invierno y de jaramagos en primavera.

Martes, 2 de febrero 2021, 14:49

Carmen Sánchez Gallardo, ribereña de nacimiento, pero afincada actualmente en La Zarza, es profesora de Lengua y Literatura en el Instituto Eugenio Frutos de Guareña. Empezó su andadura en este centro por el curso 1991-1992, ocupando la plaza vacante dejada por Ángel Campos Pámpano, el poeta que fue también director de nuestro Centro. Sus alumnos María Wei Palomares Pulido y Sergio Sanabria León, alumnos de 2º Bachillerato B del Instituto Eugenio Frutos, han elaborado la siguiente entrevista que HOY Guareña publica con esta introducción incluida que redactan estos dos futuros periodistas.

ENTREVISTA

En todo este tiempo, Carmen no solo ha sido testigo de cómo el Instituto se convertía en un referente para la enseñanza secundaria de la comarca de Guareña, sino que también ha «padecido» las vicisitudes que conllevaron las obras del Centro para solventar sus problemas estructurales, allá en las primeras décadas de los noventa.

Fue una época en la que hubo de todo: grietas en las aulas, en el salón de actos y en los pasillos que se solventaron con unas obras y reformas, después de protestas y justas peticiones de mejoras. Estas actuaciones supusieron una mudanza a otros espacios educativos provisionales: el San Gregorio y Extensión Agraria que obligaron al profesorado a ir corriendo de un lado para otro.

Además de estas reformas físicas, ha habido otras reformas educativas, concretamente seis, desde la LOGSE de 1990 hasta la recién aprobada LOMLOE. En este período, Carmen, como el resto de sus compañeros y compañeras, ha tenido que adaptarse a ella. Dando lo mejor de sí misma de una manera apacible y dulce, formando a jóvenes, que hoy son hombres y mujeres, dueños de su destino.

Este camino profesional, marcado por su vocación docente y el amor por la literatura, llegó a su fin el pasado 20 de enero, con la merecida jubilación de doña Carmen. Cerrando así un ciclo de casi treinta años ininterrumpidos de docencia en Guareña. En este tiempo Carmen se ha convertido en la memoria viva del Eugenio Frutos, aunque los centros estén vivos, porque no deja de pasar gente por ellos, para mantener su identidad necesitan una memoria, un recuerdo de tantas personas que han pasado por allí, como doña Carmen.

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¿Por qué decidió estudiar la carrera de filología hispánica? ¿Al principio tenía pensado estudiar alguna otra carrera? ¿Recomendaría estudiar filología hispánica?

Desde pequeña me gustó leer e interesarme por las palabras. Ya en 7º de EGB empecé a pensar en ser profesora de Lengua. Entonces, tuve un profesor, Don Virgilio, que me hizo amar el lenguaje. También me gustaba francés, latín, Historia...pero hay que decidirse y, al final, opté por Hispánica. Filología Hispánica, si te gusta leer, es muy bonita. Además, hay muchas horas de Lengua y Literatura en los institutos y, por tanto, salen plazas.

¿En cuántos centros ha impartido docencia usted? ¿Por qué tantos años en el mismo centro educativo?

Yo empecé en 1987 haciendo sustituciones. En dos años me recorrí buena parte de Extremadura: Monesterio, Badajoz, Don Benito, Azuaga, Almendralejo, Villafranca de los Barros. En 1989 aprobé las oposiciones en Madrid y elegí Villafranca como mi destino porque yo soy de Ribera del Fresno y me venía muy bien, por cercanía, y porque había estudiado en el INB Meléndez Valdés y me hacía ilusión dar clases en mi Instituto.

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En 1991 me vine al IES Eugenio Frutos y ya no me moví más. En Guareña me he sentido bien y, como no me gusta cambiar, decidí seguir aquí hasta mi jubilación y así ha sido.

Carmen leyendo a Juan Ramón Jiménez en una de las rutas literarias organizadas por el IES Eugenio Frutos. Javier Marcos

¿Se ha llegado a plantear cambiar de centro?

Cuando inauguraron el instituto de La Zarza, lo pensé pues vivo allí, pero, finalmente, decidí quedarme en Guareña.

¿Hay algún profesor que tenga una experiencia tan longeva en el centro?

Pedro Sicilia y Alfonso Jesús Rodríguez llevan mucho tiempo también en el instituto.

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¿Cómo ha cambiado Guareña y su comarca desde que usted da clases en Guareña?

Es evidente que los pueblos han cambiado para mejor. Durante dos cursos estuve viniendo a Guareña por una carretera de posguerra, algunos pueblos no tenían biblioteca aún ni Casas de Cultura…Tanto Guareña como los demás pueblos han cambiado mucho.

El Instituto Eugenio Frutos como ya hemos dicho, no ha permanecido igual desde que usted entró por primera vez por esa verja. ¿Nos puede contar en que se ha visto el centro modificado o alterado?

Mucho. Cuando yo vine, había menos alumnos y menos profesores. Se necesitaba menos espacio. No estaban ni el módulo de Bachillerato ni el edificio San Ginés ni el módulo de madera…La sala de profesores era más pequeña, la biblioteca estaba en un aula, no había departamentos…Y no había, apenas, ordenadores.

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¿Ha variado mucho la manera de enseñar?

En cuanto a los instrumentos, sí. Entonces, una pizarra verde, una tiza y un borrador resultaban suficientes para dar la clase. Ahora, las nuevas tecnologías lo invaden todo.

¿Se aprende ahora más que antes? No lo sé. Por tener tableta, móvil u ordenador no te vas a convertir en sabio. Como le leí a José Antonio Marina «Un burro conectado a internet sigue siendo un burro». Para adquirir conocimientos y cultura hay que leer, estudiar mucho, trabajar… Las nuevas tecnologías pueden facilitar el acceso a la información, pero hay que seguir haciendo esfuerzos. La formación no llega por arte de magia.

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Cuando usted entró en el instituto el sistema educativo que existía organizaba los cursos en EGB, BUP y COU, con lo cual los niños entraban en él con cerca de 13/14 años. Actualmente el sistema se divide en Primaria, ESO y Bachillerato, de este modo, los alumnos entran en primero de la ESO con apenas 11/12 años. En el sistema antiguo, los estudiantes estaban en edades más próximas mientras que en el actual se pueden observar a niños muy pequeños, de solo 11 años. ¿Usted qué camino ve más lógico?

Bueno, no creo que sea nocivo que convivan alumnos de diversas edades. Todos podemos aprender de todos. También para los profesores es bueno cambiar de nivel. No puedes explicar igual para Bachillerato que para la ESO. Cada edad tiene su encanto.

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Yo tardé en dar clase a los de 1º. Fue en 2010 cuando cogí un 1º de ESO por primera vez. Y descubrí que me encantaba. Puedes trabajar de otra manera con ellos y son unos niños muy cariñosos.

Usted ha vivido seis leyes educativas. Las leyes educativas son leyes que se van modificando muy rápidamente sin llegar a un gran consenso que requieren para ofrecer una verdadera educación de calidad. Usted desde el punto de vista de su vocación docente y amor a la educación, ¿Qué cree que necesita una ley educativa para que triunfe y pueda ofrecer una educación de máxima calidad?

Se necesita, sobre todo, estabilidad y consenso. Así es imposible trabajar. Cuando te vas haciendo con unos mecanismos, los cambian y vuelta a empezar. La educación es lo más importante en la vida de una persona y no puede estar en función de unos gobiernos u otros. Es algo que tiene que quedar al margen de los vaivenes políticos. El que un niño tenga una educación u otra va a condicionar su vida. Hay que tener cuidado y darle mucha importancia

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¿Quiénes eran mejores alumnos nuestros padres o nosotros?

Ni mejores ni peores, diferentes. Lo que sí es cierto es que antes venían al centro sólo quienes tenían interés. Después, llegaron todos, y algunos se dedicaban a molestar.

Entonces había más disciplina en las aulas, pero ahora la realidad es otra, hay que adaptarse a los cambios. Vosotros tenéis muchos más medios que vuestros padres.

¿Qué es lo que más le caracteriza a usted como profesora a la hora de dar clases? (Expresiones, gustos, preferencias, costumbres…) Y… relacionado con ello, ¿Hay algo que lleve haciendo o que haga desde que empezó a dar clases?

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A esto yo creo que tendrían que responder los alumnos. Cuatro o cinco horas semanales observándome, me tendrán analizada por activa y por pasiva. He intentado transmitir lo poco que sé, pero sin un plan fijo. Creo que es importante adaptarse a los alumnos. Lo que te sirve en una clase no te vale para la siguiente, aunque sean del mismo nivel.

Decía mucho «callaos» y recuerdo un año, creo que 2011, en que los alumnos, al final de curso, me regalaron una banda donde podía leerse «Miss Callaos». Mis clases, creo que han sido poco novedosas, no he cambiado mucho de método, pero he intentado conseguir que lo difícil pareciera fácil y que los alumnos aprendieran. A veces lo habré conseguido y otras muchas, no.

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Carmen Sánchez disfrutó en la ruta literaria a Moguer. Javer Marcos

¿Puede contarnos alguna anécdota curiosa que le haya ocurrido durante su largo trayecto como docente?

Sí. Tengo alguna que otra. Recuerdo que vino un día Jesús Sánchez Adalid a dar una charla y, en el coloquio, un alumno le preguntó «¿Cuántos premios Nobel has tenido?» El autor se echó a reír.

¿Cree que va a echar de menos la enseñanza? ¿A qué piensa dedicar su merecido tiempo libre?

Por supuesto, durante treinta y tres años he ido todos los días a un Instituto, he dado clases, corregido exámenes, redacciones…Todo esto no puede borrarse de la noche a la mañana, ni quiero que se borre. Forma parte de mí y mientras tenga memoria conmigo irá.

A partir de ahora dedicaré más tiempo a mi familia, a mi casa, a mis libros… Leeré por placer sin tener que ir buscando preguntas para el examen, andaré por senderos llenos de musgo en invierno y de jaramagos en primavera, haré fotos de las plantas silvestres –«las yerbas ignoradas» de Muñoz Rojas– y viajaré si el coronavirus nos deja en paz.

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¿Qué recuerdos o experiencias se llevará del Eugenio Frutos?

Me llevo sobre todo el cariño de mis alumnos, sus sonrisas, sus caras de asombro cuando algo les gustaba o de aburrimiento cuando los invadía el tedio…

Recuerdo una exposición de libros antiguos que organizamos en el año 96, un recital de Ángel Campos en el gimnasio del instituto, una muestra gastronómica sobre la cocina de El Quijote… Las excursiones magníficamente organizadas por Javier Marcos Porras o Mamen Jacinto, las Rutas Literarias, la llegada de Fran Amaya que dinamizó el centro, la charla de Álvaro Valverde, cercana y cautivadora…

Para terminar, quiero destacar un recuerdo imborrable a Don Manuel Ruiz, Manolo. Un profesor, aparentemente sencillo, que practicaba la cultura silenciosa. En palabras de Jorge Guillén: «Se nos fue según vivía:/ sin pedir al mundo nada,/ quieto en su melancolía.»

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